LAS MONTAÑAS NEVADAS SE MUEVEN CONSTANTEMENTE
NARRATIVA DE VIAJES
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NADA LE HA DADO A LA HUMANIDAD UN MAYOR SENTIDO DE LO DIVINO QUE LAS MONTAÑAS y ningún otro lugar puede hacerte más consciente de su poder que el Himalaya. Según las escrituras de los Vedas, verlas por primera vez, puede cambiarte la vida, y cuando el viajero camina por las concurridas calles de la ciudad o entra en los templos u hoteles de toda Asia, sin saberlo, ve montañas y encuentra mensajes ocultos sobre ellas. Tal es la influencia del Himalaya, que se encuentran en el centro mismo de las religiones y cosmología asiática, así como en el arte y la vida cotidiana.
Según el Vishnu Purana, un mito hindú, la creación del universo comenzó cuando Vishnu aconsejó a los dioses que se unieran a los demonios para batir juntos el gran océano que sacaría a la superficie las piedras preciosas, las hierbas y el néctar de la inmortalidad que todos buscaban. Para ello, arrancaron el Monte Mandara de la tierra, también convocaron a la serpiente sagrada Visuki, que se enrolló alrededor de la montaña como una cuerda para ayudar a batir el océano, lo que causó el caos. El agua se convirtió en mantequilla clarificada y de ella emergieron el sol y la luna, todos los símbolos sagrados, los animales y los dioses, la joya de los deseos y el Monte Meru; centro del universo y el comienzo de la vida humana.
La leyenda del Monte Meru llegó al budismo a través de dos concepciones cosmológicas diferentes. La primera viene de los primeros versos del Abhidharmakosha compuestos por el maestro budista indio Vasubandhu durante el siglo IV d. C. La segunda, se encuentra en la obra del Kalachakra Tantra, la ‘Rueda del Tiempo’, cuyos textos aparecieron en el Tíbet en 1024 d. C., convirtiéndose en la enseñanza esotérica más importante del país.
El Monte Meru surgió del centro del océano cósmico y, rodeándolo, aparecieron siete anillos concéntricos de montañas doradas, cada uno separado por un mar interior formado por agua de lluvia y, a su alrededor, se formó un gran océano circular de agua salada limitado en su circunferencia exterior por un círculo de montañas de hierro. De ellos salieron los cuatro continentes direccionales, que rodeaban el Monte Meru como si fueran islas. Las pinturas de estos mapas se pueden ver en los muros de diferentes gompas en todo el Tíbet.
Pero la leyenda de esta montaña también se convirtió en parte de la arquitectura asiática. La estructura clásica del templo indio se extendió por toda Asia, desde los templos de Angkor Wat en Camboya hasta los de Mandalay en Burma, representando el Monte Meru rodeado por una cadena montañosa. Por tanto, lo que el viajero ve y los lugares en los que se adentra, incluso en las ciudades, es parte de la leyenda inspirada en la visión del Himalaya.
En ceremonias tibetanas, los monjes budistas crean las Torma, ofrendas de pasteles hechos de harina y mantequilla, que representan divinidades encarnadas en una montaña o a dioses colocados en su cima. Las Torma se colocan en altares para complacer a los dioses o apaciguar a espíritus enfurecidos. Al terminar la ceremonia, estas montañas se comen y las sobras se ofrecen después de bendecirse a los otro seres de reencarnaciones inferiores a la humana.
Cuatro de las religiones más importantes; la hinduista, budista, jainista y la religión bon identifican el Monte Meru con el Monte Kailash que se encuentra en el suroeste del Tíbet, en el Transhimalaya. Todos ellos imaginan a sus deidades en la misma cumbre. En la cara sur del Kailash, las rocas forman una esvástica tallada, un símbolo de la rueda del dharma en movimiento. En el hombro de la montaña, en ese mismo lado, también se puede ver una pequeña réplica del pico principal. Esa es la razón por la que los hindúes creen que el dios tántrico Shiva y su consorte Parvati viven en la cima de esta montaña. En una ocasión, Parvati le pidió a Shiva que le enseñara los secretos del universo. Entonces, Shiva la sentó en su regazo y la instruyó sobre todas las diferentes formas de hacer el amor. La imagen de Parvati en su regazo, a veces con los pies colocados sobre los de él, es la más representada de los dos amantes.
Todas las diosas hindúes son avatares del mismo principio femenino y creador, llamado Shakti. El nombre de esta diosa proviene de Parbata; una de las palabras del sánscrito para la montaña. Parvati, que reside en la cima del Monte Kailash, es la hija de Himavat, también llamado Parvat; la personificación de la cordillera del Himalaya. Parvati, por tanto, significa ‘mujer de las montañas’ y con la mitología de la diosa, el origen de la creación se vincula de nuevo al Himalaya.
Sin embargo, lo que hace al Monte Kailash, la montaña más sagrada de todas, es el hecho de que es la fuente de cuatro de los principales ríos de Asia que fluyen exactamente desde los cuatro puntos cardinales; el Sutjet (oeste), Karnali (sur), Brahmaputra (este) y el rio Indo (norte).
Al pensar en símbolos orientales sagrados, lo primero que nos viene a la cabeza es un mándala, un mapa cósmico creado para ayudar al que medita a visualizar un viaje. A veces se describe como un palacio con cuatro entradas cardinales y un trono en el que se abrazan un dios y una diosa. El Monte Kailash es un mándala natural y un modelo básico de un mapa para la meditación. Una vez más, lo que la religión invita a observar y adorar es una montaña.
Lo mismo ocurre con el símbolo del Kalachakra, la principal tradición esotérica del Tíbet. El significado de las diez sílabas omnipotentes en el dibujo es extremadamente complejo y se relaciona con todos los aspectos de la enseñanza tántrica; lo externo, lo interno y lo secreto. Los aspectos externos se relacionan con la cosmología, la astronomía y la astrología, pero la imagen del mantra llamada ‘las diez sílabas omnipotentes’ está relacionada con el Monte Meru y su universo circundante.
El primer aforismo del Kalachakra dice: "Todo lo que existen en el exterior, se encuentra en el interior del cuerpo". Los mismos elementos que configuran el cosmos y se explican en las enseñanzas del Kalachakra se encuentran dentro de nuestro cuerpo. El Monte Meru, como el Axis Mundi, es nuestra médula espinal, sin esa montaña dentro de nosotros, no podríamos mantenernos de pie o caminar. Además, existen tratados de yoga hindú, como un manuscrito de yoga de 1899 escrito en lengua Braj Bhasa, que retrata en una pintura el sistema de los chakras mediante un hombre con todo el panteón de los dioses dibujado dentro de él, historias sagradas de sus vidas y, por supuesto, cadenas montañosas enteras dibujadas dentro de los brazos.
Esta idea tántrica de contener todo el cosmos dentro del cuerpo es lo que inspira a los monjes Theravada a tatuarse el Gao Yord; el yantra que representa el Monte Meru rodeado por sus nueve picos. Es parte de la tradición del tatuaje Sak Yant que se realiza en Tailandia, Laos, Burma y Camboya.
Incluso después de la muerte no podemos evitar la presencia del Himalaya. Los Thangka, pinturas hechas en tela y coloreadas con piedras semipreciosas, a menudo muestran una deidad en su propio paraíso que emana de su propia mente tras la muerte. La cordillera del Himalaya a menudo forma parte de estas figuras, como si su mente no pudiera olvidarlos y los recreara, como si no pudieran dejar las montañas atrás. El sabio más importante del Tíbet, Padmasambhava, que en el siglo VIII d.C. introdujo el budismo en el país desde su Pakistán natal, formó, tras alcanzar la iluminación, una montaña de cobre como su único paraíso.
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El Axis Mundi; el centro del universo, es una fijación común en la mitología mundial. La Meca es uno de esos lugares, no es sorprendente que en una montaña cercana se le revelara el Corán a Mohamed, el profeta. Según la Biblia, Moisés bajó de una montaña con los diez mandamientos. Además, hay una leyenda griega en la que Zeus coloca dos águilas en cada extremo del mundo y les ordena volar uno hacia la otra. El lugar en el que se encontraron se convirtió en el centro de la tierra. Algunos dicen que es el Monte Olimpo donde moraban los dioses griegos. El monte Fuji es el centro del mundo para los japoneses y la pintura y poesía paisajística de Japón y China expresa en imágenes la creencia de que las montañas y los ríos son los ancestros de los Budas. La mayoría de los sabios, desde los siddhis en la India hasta los Yamabushi en Japón, obtuvieron sus poderes sobrenaturales practicando el ascetismo en las montañas. Por tanto, el monte Meru se encuentra en todas las culturas y religiones. Tiene raíces que descienden hasta el submundo y se eleva hasta tocar el cielo. Las montañas satisfacen nuestro deseo de trascender este mundo, y el agua; fuente de la vida, proviene de ellas.
Existen leyendas sobre montañas en todos los países. Pero ninguna mitología puede compararse con la creada por los que han nacido cerca del Himalaya. Allí, las montañas se convierten en amantes que deseas absorber, y a los que quieres unirte.
Tengo una leyenda favorita de cada religión. La hindú habla de Krishna. El joven dios bajó a la tierra durante los preparativos para los sacrificios anuales a Indra, el dios del trueno y la lluvia. Krishna debatió con los aldeanos sobre lo que realmente era el dharma. Como agricultores, debían cumplir con su deber y concentrarse en la agricultura y la protección del ganado y no realizar sacrificios dedicados a fenómenos naturales. Krishna onvenció a los aldeanos de que no realizaran la ceremonia anual, pero Indra, al no recibir las ofrendas a las que estaba habituado, se enojó e inundó la aldea. Krishna entonces arrancó el Monte Govardhan y lo levantó con un solo dedo para proteger a la gente y al ganado de la lluvia. Krishna representa la devoción extática, el Bhakti, y también enseña a no adorar el cielo y la lluvia, sino a centrar nuestra devoción en las montañas, la fuerza protectora que es la fuente del agua que necesitamos y que da sin pedir nada. El Diwali, el festival hindú más importante y recuerdo del triunfo de la luz sobre la ignorancia, dedica un día a este mito que celebra las montañas.
Del budismo, mi historia favorita cuenta la vida de Milarepa, el primer ser humano que logró alcanzar la iluminación en una sola vida y que después decidió vivir su vida como un yogi en una montaña en lugar de convertirse en un monje. Al hacerlo, creo la formula más rápida hacia el nirvana; el camino tántrico tibetano. La historia de Milarepa, además, me recuerda a una de mis citas favoritas del libro Meditaciones de Marco Aurelio, “Poco es el tiempo que te queda de vida. Vívela como en una montaña.”
Como el escritor Paul Thoreaux dijo una vez, un turista es alguien que no sabe dónde ha estado. Soy de las islas Canarias y crecí rodeada de montañas increíbles, pero los canarios pertenecen a una cultura mucho más relacionada con el mar. Tuve la suerte de estudiar una asignatura de Indología en la universidad que me hizo soñar durante años hasta que lo dejé todo para viajar caminando desde Humla en Nepal hasta el Tibet. Solo cuando regresé del viaje me fijé en las montañas de mi isla y las veneré. Pero, ¿qué sucede con aquellos que son insensibles al Himalaya y ciegos a sus mensajes ocultos? Bueno, hay esperanza si los guían las personas que han estado constantemente expuestas a ellos. La gente que no solo convierten a las montañas en comida, en palabras y cánticos o que las esculpen para dejarse envolver en su interior, sino que también que también los que escalan y viven de las montañas; los sherpa.
Son las personas que queman incienso de enebro como ofrenda a las montañas, no solo antes de la escalada, sino mientras alguien permanezca allí. Lo que más allá de un culto, se trata de cómo cuidar de los demás. Después del terremoto de 2015, hubo escaladores en el Everest que describieron como se agacharon aterrados cuando la tierra empezó a temblar, esperando allí indefensos, no solo escuchaban la tierra rugiendo sino también los mantras que los sherpa recitaban para apaciguar la montaña. Sus creencias y modo de vida están hechos de todas estas historias y rituales, y la mayor ganancia para los que viajan allí es experimentar esta forma de vida sacramental.
Solo necesitamos viajar al Himalaya una vez, para sentir cómo las montañas e incluso el aire a esa altura ha moldeado sus creencias y nuestra espiritualidad. Solo in insensible no respetaran su entorno o escalaran montañas solo para poder tacharlas de su lista de deseos.
Según una historia occidental, después de hacer cumbre por primera vez en el Everest, Tenzing Norgay volvió el rostro en el camino, levantó la vista y gritó lleno de gratitud: "¡Gracias, Chomolungma!", llamando a la montaña por su nombre de diosa tibetana. Sin embargo, Edmund Hillary nunca miró hacia atrás y sus primeras palabras cuando llegó al campo base fueron: "¡Noqueamos a ese bastardo!"
Elige quién prefieres ser… y entonces escala.
1-2 The Encyclopedia of Tibetan symbols and motifs por Robert Beer (Enciclopedia de símbolos y motivos tibetanos)