Nyma

 
Si os portáis mal alguna vez, no es tan grave, pero cuidad de todos los seres vivos porque ahí está la verdadera bondad.
— DIJO EL POETA MILAREPA

EL PAÍS DONDE ACARICIAMOS EL CIELO

 

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Yo vengo del lugar más alto del mundo. Es tan increíblemente alto, que si subes a una de nuestras montañas y te pones de puntillas y te estiras mucho levantando las manos, puedes dejar la huella de tus dedos  en el cielo, como si fuera un tarro de mermelada azul.

¿Conocéis el juego de las sombras chinescas en el que juegas a crear animales con las sombras de tus manos en la pared? Así ocurre con la sombra de las nubes cuando pasan muy bajas por la tierra del Tíbet, parecen olas o manos negras acariciándola.

Los tibetanos aman tanto a la naturaleza que no solo ponen nombre a sus montañas y lagos sino que los tratan como a seres humanos y los dividen en masculino y femenino. Por eso, las montañas y lagos de formas curvadas y suaves son femeninas y los lagos más oscuros y las montañas más altas son masculinos. De esta manera, crean a hombres y mujeres e intentan que estén muy juntos. Puedes subir a una montaña masculina para admirar desde allí la belleza de una montaña de formas suaves  o bañarte en un lago de agua oscura y luego, sumergirte en su pareja, un lago claro y cercano, aún con el pelo mojado. Haciendo esto consigues que estén siempre juntos.

Cerca de donde yo vivo existen dos lagos. Dicen que en uno crece un árbol invisible que extiende sus raíces por toda el agua y que en las aguas del otro no debes mirarte nunca porque es un lago lleno de maldad pero, yo no lo creo porque he lamido el agua de los dos lagos y el agua de los dos me gusta.

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Existen muchos animales salvajes, animales que no tienen jefe ni amo. Caminan por bosques nublados, praderas doradas y montañas rosas, beben el agua de las cascadas y los ríos y cuando llega la noche no tiene que limpiarse las patas para entrar en ninguna casa. Por ejemplo, nosotros, la raza de perros más antigua del mundo, los mastines tibetanos, dormimos al aire libre, aquí y allá en cada rincón, y pasamos toda la noche ladrándonos unos a otros, en la oscuridad, para saber que no estamos solos.

En el Tíbet no hay escorpiones ni serpientes. Ningún animal con deseos de herir puede vivir aquí.

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EL PAÍS DONDE ACARICIAMOS EL CIELO